“Hay interés en el turismo comunitario, por convivir con la gente del campo, participar de sus almuerzos y cenas. Las comunidades han armado una o dos habitaciones con camas para poder convivir con los visitantes”, comenta a la AFP Rosa Pérez, presidenta de la Cámara Regional de Turismo de Uyuni.
Y se trata de eso: de vivir en una comunidad campesina, en medio de su enorme pobreza, sin computadoras ni celulares, sin duchas ni refrigeradores, con pozos sépticos como baños y, en la mayoría de los casos, sin energía eléctrica.
Este sistema turístico ya funciona en las comunidades de Atulcha, Villamar y San Juan, alrededor del Salar, el desierto de sal más grande del mundo con 10.000 kilómetros cuadrados y uno de los más ricos yacimientos de litio del mundo, a 3.600 metros sobre el nivel del mar.
También hay interés por participar en la trasquila de las llamas que tiene lugar una vez al año, en agosto, o en las caravanas en que los comunarios viajan durante largas jornadas, acompañados por su recua de llamas, transportando bloques de sal que intercambian por maíz, haba o papa en otras comunidades.
Vivir con un campesino un día, trasquilar lana de llamas o caminar por regiones andinas tiene un costo diario de unos 15 dólares que, por ahora, forma parte de los paquetes turísticos que ofrecen empresas, que luego redistribuyen a los indígenas.
“Venimos motivados para ver la región”, explica a la AFP Saeko Yuda, de 50 años, una estadounidense de origen japonés, que vive desde hace cinco años en Bolivia y que ahora está al mando de un grupo de turistas nipones.
Los extranjeros —dice ella— quieren ver “algo que no es nada habitual para ellos”.
En Uyuni, una planicie de sal que en el horizonte pareciera fundirse con el cielo, ha bajado el flujo turístico casi al mínimo en los últimos días por una fuerte nevada que afecta a la región del sudoeste de Potosí.
Producto de eso, incluso el Salar está inundado por agua que ha llegado a los 40 centímetros de altura, lo que ocasiona que la circulación por la planicie sólo se puede hacer en tractores.
En el mismo Salar hay varios hoteles con paredes y mobiliario de sal, que constituyen otra de las atracciones turísticas.
Desde el poblado de Uyuni, al este del Salar, se ingresa hasta otros puntos turísticos, como las lagunas Colorada y Verde, llamadas así por los colores de sus aguas, debido a las plantas en sus lechos.
Ahora, sin embargo, el mal clima no permite llegar allí y ello obliga a los pocos visitantes a dirigirse al poblado de Pulacayo, un emporio minero, hoy convertido en una suerte de ciudad fantasma, o al cementerio de trenes.
Calles vacías, casas vetustas, un clima frío y el viento que cala hasta los huesos sumergen a Pulacayo en una imagen fantasmagórica.
Este centro minero fue también escenario de la filmación de dos películas: la boliviana Los Andes no creen en Dios y Blackthorn, del español Mateo Gil, sobre el célebre bandolero estadounidense Butch Cassidy, quien murió en Bolivia.
Cementerio de trenes, a las afueras de Uyuni
Un sitio que guarda mucha historia es el Cementerio de Trenes, ubicado en un sector de la Estación Central, a las afueras de Uyuni, donde se apiñan abandonadas locomotoras a vapor, vagones, bodegas y furgones expuestos a la intemperie, resignados a que el tiempo deje en ellos profundas huellas de óxido y de olvido.“Me trae recuerdos, me siento nostálgico”, dice a la AFP Alberto André, un boliviano sesentón, descendiente de franceses —tres veces alcalde de Uyuni— quien recuerda que esa ciudad, denominada la Hija Predilecta de Bolivia, fue creada como nudo distribuidor ferroviario boliviano, pues “conecta al sur con Argentina, al oeste con Chile y al este con los centros mineros de Pulacayo y Potosí”.
Fuente: AFP y Cambio. Extraido de eabolivia.com
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