domingo, 17 de abril de 2011

Sol, arena y miseria

En los años 50 del siglo pasado emergió en México un paraíso turístico de nombre Acapulco que cautivó los ojos del mundo. La hermosa bahía bañada por las aguas del Océano Pacífico atrajo a personalidades como Elizabeth Taylor, quien contrajo matrimonio ahí, a John F. Kennedy, quien disfrutó su luna de miel, y a personalidades como Frank Sinatra, Plácido Domingo y Julio Iglesias, quienes se enamoraron de este destino turístico.

Acapulco se pensó como un desarrollo turístico modelo. A sus inicios se construyeron grandes hoteles y centros nocturnos de clase mundial. Años más tarde, se ampliaron avenidas y se crearon zonas residenciales exclusivas.  Sin embargo, desde el principio se olvidó algo fundamental: cómo incluir a los acapulqueños en el desarrollo y cómo beneficiarlos de las inversiones y riquezas que se generarían en su tierra.
Se pensó  en infraestructura, en promoción turística, en espacios recreativos, pero poco se reflexionó en las personas, en los pobladores de Acapulco. Se diseñó un modelo de progreso económico y social siguiendo las reglas del capitalismo salvaje, esperando que un día las migajas de la riqueza generada cayeran en el piso de los pobres y les aliviaran un poco el hambre. El economista Bernardo Kliskberg asegura: “Una economía debe crecer, ser estable, competitiva, propiciar el progreso tecnológico, pero, al mismo tiempo, debe estar orientada por parámetros éticos y monitorear qué impactos está teniendo sobre lo fundamental: los niños, la familia, los jóvenes, la ampliación de oportunidades, la salud, la educación”.

Hoy las consecuencias de aplicar un modelo económico no solidario son evidentes: no sólo por la creciente miseria que rodea a los lujosos hoteles, sino también por dramáticas realidades como la violencia y la explotación infantil. Los datos muestran una realidad que parece absurda: Acapulco es la ciudad mexicana con más números de personas en situación de pobreza alimentaria y la de mayor número de polígonos de pobreza urbana de Latinoamérica. 172 mil habitantes subsisten, tienen hambre, viven con la angustia de si van a tener algo que comer el día de mañana. La tasa de asistencia escolar es apenas del 65% y más de 70 mil personas no tienen acceso a agua potable. Para dimensionar el problema, hay zonas en las periferias de Acapulco que tienen niveles de desarrollo humano parecidos a países como Zambia, en África. Junto a la pobreza, otra realidad hiriente: se calcula que hay cerca de dos mil niños que son prostituidos en Acapulco. La revista Emeequis señala que hay paquetes exclusivos para pederastas que incluyen hotel y niño; los costos por la explotación van de 200 a 2 mil dólares, según el grado de pubertad. Desde los cinco años los infantes se prostituyen, a los dieciocho ya no “sirven”, según los explotadores.

La gran presión migratoria de otras regiones del estado hacia Acapulco explica en parte el porqué de la problemática; día a día se hacinan familias completas en los alrededores de la ciudad.

Sin embargo, las razones de la grave situación van más allá de la migración. Los tres instrumentos fundamentales para ayudar a sacar a las personas de la pobreza: educación, salud y salarios justos no fueron contemplados en las décadas de mayor auge de Acapulco.  

Por ejemplo, no se pensó en convertir a este puerto en un centro líder de América Latina de administradores del turismo o de escuelas de gastronomía de talla internacional. Parece que sólo se pensó en darles a los acapulqueños trabajo de albañiles y mucamas. No hubo un modelo educativo detonador de progreso local. No se puede soslayar también el factor de los salarios que han sido en muchos casos, infames, por baja competitividad de los trabajadores, pero también por la voracidad de empresarios que sólo lucran y no entienden la función social que debe tener toda empresa.  Aunado a ello, la terrible corrupción y cultura clientelar de la mayoría de los gobernantes guerrerenses es otra pieza fundamental en este problema de desarrollo.

Las enseñanzas de Acapulco deben trasladarse a nivel país. Como sostiene Kliksberg: “No basta crecer, es imprescindible pero no suficiente, ya que hay una cuestión de calidad del crecimiento… Un tema central en el nuevo pensamiento económico es la desigualdad. Si la desigualdad es baja, favorece el crecimiento y permite que éste también alcance a los pobres. Si es alta, se constituye en una traba feroz para el crecimiento”. Sólo tomando medidas económicas y sociales para lograr un desarrollo incluyente podremos construir un mejor país. La pobreza es una condición, pero no es un destino. Representa el pasado, pero no debe ser el futuro. La pobreza nos ofende a todos y también nos convoca a todos. Nadie puede ser indiferente al dolor de los demás. Nadie debe creer que le pueda ir mejor a él yéndole mal a la mayoría. 


Fuente: Alejandro Landero en La crónica de hoy (México)

1 comentario:

  1. Hola Julián! Quiero felicitarte por esta excelente entrada. Súper clara y completa. Espero que no termine sucediendo lo mismo en madrid...

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